martes, 9 de octubre de 2007

Un héroe español del progreso

La transición del XVIII al XIX fue el tiempo en el que el hombre abrió la puerta a las máquinas. Un reducido grupo de científicos e inventores ideaban, copiaban y reproducían los ingenios que moverían el mundo. En España destacó la figura de Agustín de Betancourt, un ingeniero militar, nacido en el Puerto de la Cruz (Tenerife) en 1758, que creó máquinas, viajó por los países más avanzados para importar su recién nacida tecnología y terminó sus días exiliado en Rusia trabajando para el zar Alejandro I.
Agustín de Betancourt Molina fue mucho más que un ingeniero de Caminos. Ante todo, fue una persona ilustrada y de espíritu liberal, muy en consonancia con la época que le tocó vivir. Fue un hombre de mentalidad abierta, que demostró un amplio conocimiento y dominio de muchas técnicas. Hizo volar un globo aerostático (la primera ascensión no tripulada la llevó a cabo ante la Corte Real el 28 de noviembre de 1783) por lo que de alguna manera se le puede considerar también ingeniero aeronáutico; estudió los procesos de obtención del mercurio en las minas de Almadén, demostrando así su faceta de ingeniero de minas; escribió un tratado sobre máquinas, en el que se nos muestra, probablemente, como un ingeniero mecánico.
Y como constructor y urbanista cabe destacar, en su época de San Petersburgo, el haber levantado las enormes columnas de la catedral de San Isaac, así como la columna del zar Alejandro erigida en la Plaza Municipal de dicha ciudad.
El espíritu liberal de Agustín de Betancourt ha impregnado a generaciones de ingenieros de Caminos, por lo menos durante el siglo XIX. Precisamente, su talante liberal fue el que le enfrentó al régimen absolutista de Fernando VII, lo cual le llevaría a exiliarse en Rusia, país en el que también acabaría teniendo problemas por idénticos motivos.
Betancourt se manifestó como hombre de talento en tres órdenes complementarios. Por una parte, estuvo interesado en el desarrollo de las máquinas, desde su diseño a su funcionamiento. Ya en 1778 dio muestras de su primera afición construyendo una máquina para el hilado de la seda, pero más tarde, en 1802, construyó un telégrafo óptico entre Madrid y Aranjuez y proyectó otro que debería haber unido la capital con Cádiz. Por otra, fue un magnífico dibujante y, buen conocedor de la geometría, pudo levantar planos y vistas de las máquinas muy útiles para el resto de los ingenieros. Esta segunda afición se manifestó en la serie de dibujos que sus contemporáneos pudieron admirar en el Real Gabinete de Máquinas del Retiro, hoy perdidos a consecuencia de un incendio ocurrido durante la guerra de 1808. En tercer lugar, fue un reformador, un fundador de importantes instituciones que le sobrevivirían, como la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid, fundada en 1802, cerrada en 1808 y reabierta en 1834, que supuso la creación de un cuerpo de ingenieros civiles para el servicio del Estado, y el Instituto del Cuerpo de Ingenieros de Vías de Comunicación de San Petersburgo.
A partir de 1808, y hasta el año de su muerte, en 1824, Betancourt vivió en la Rusia del Zar reformador Alejandro I. Durante quince años, Betancourt, ahora con el grado de General Mayor y Ministro de Comunicaciones del Imperio, volvió a la actividad de gran fundador y constructor de edificios y máquinas.
Cayó en desgracia a partir de 1820. Al zar, que seguía siendo déspota pero ya no tan ilustrado, no le gustó el tono crítico de los informes de su ministro sobre las carreteras de Rusia, que siguen siendo infames. Sus enemigos de la corte se movilizaron contra "el extranjero" y presionado por los burócratas, tuvo que dimitir en 1824. Murió ese mismo año en un piso de alquiler y sus restos fueron enterrados cerca del río Neva, en el cementerio del monasterio de Aleksandr Nevski, donde yacen.

1 comentario:

vidiya dijo...

"Un héroe español del progreso" le llama Alexéi Bogoliubov, uno de los más entusiastas divulgadores de la obra del sabio canario.