sábado, 2 de junio de 2007

Nuestros Papas

San Dámaso I, Papa de la Iglesia Católica entre 366 y su muerte, en 384. De origen hispano (probablemente ubicado en el antiguo territorio de Gallaecia). Dámaso I es el primero en llamar Sede apostólica a la sede romana. Bajo su pontificado el latín llegó a ser la lengua oficial y obligatoria de la Iglesia. Mandó traer a san Jerónimo a Roma y lo nombró secretario suyo. Después le dio instrucciones para que comenzara la traducción de la Biblia al latín. Esta traducción se conoce como la Vulgata que fue el texto ofical de las Sagradas Escrituras en la Iglesia por muchos siglos.
El linaje de los Borja ( Borgia es la italanización del apellido Borja), oriundos de Játiva (Valencia), dio al mundo santos como San francisco de Borja y malvados como César Borgia, además de dos sumos pontífices: Calixto III y Alejandro VI.
Los dos papas españoles Calixto III y Alejandro VI fueron dos personajes monumentales en sus biografías y en la magnitud de sus respectivos pontificados, aunque la sombra del gran Borgia, desmesurada colosalmente por la leyenda negra, redujo a su tío y protector al modesto papel de pequeño Borgia, cuando los hechos ciertos, probados por la publicación, por el padre Batllori, de los respectivos “diplomatarios” (bulas y actas documentales) muestran la pareja estatura de Alfonso de Borja (Calixto III) para el mundo –que entonces era mediterráneo– y de Rodrigo de Borja (Alejandro VI) para un mundo que acababa de conocer nuevos continentes.
En su breve, pero intenso, pontificado –tres años y cuatro meses–, Calixto III canceló definitivamente el Cisma de Occidente, y, a los tres años de la caída de Constantinopla, frenó a los turcos en Belgrado. Enriqueció el Vaticano, beatificó a Juana de Arco y canonizó a su paisano san Vicente Ferrer, dando cumplimiento a la doble profecía del “tu serás Papa y a mí me harás Santo”.

Alejandro VI Sobrino del también papa Calixto III, fue el último pontífice español. Su nombramiento como Papa en 1492 desencadenó una fuerte oposición en Roma, por considerar que su vida era licenciosa e inmoral (había tenido cinco hijos), y, además, por el hecho de ser extranjero. Esta hostilidad explicaría la leyenda negra que se creó alrededor de su figura, y que llegó a deformarla hasta hacer parecer a Alejandro VI y a su familia como unos seres monstruosos y abyectos. En el terreno político, consiguió mantener la independencia del Papado frente a Francia y España, en lucha por el control de Italia. Al mismo tiempo, se encargó de arbitrar el reparto de América entre Castilla y Portugal, y fue un mecenas de las ciencias y las artes.

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