Entre las mujeres más conocidas en occidente por su búsqueda de libertad y espiritualidad nos encontramos con Alexandra David-Néel, que nació en París en 1868. Esta incombustible aventurera, experta orientalista, consiguió todo lo que se propuso, incluso ser la primera mujer que entrara en la ciudad prohibida de Lhasa, la capital del Tibet.
Antes de los veinte años ya contaba en su currículo con un libro de ideología anarquista prologado por Eliseo Reclús, un viaje en bicicleta a España, Italia y Suiza y estudios en la Sociedad Teosófica con Madame Blavatsky.
Había estudiado música y canto, y su buena voz le permitió debutar como diva de la ópera de Hanoi, apadrinada por el compositor Massenet.
Atraída por el budismo tibetano, aprendió sánscrito e inglés, y viajó por primera vez a Ceilán y la India en 1891 gracias a una oportuna herencia.
Durante una nueva gira, esta vez por África del Norte, conoció a Philippe Néel. En 1904 se casaron en Túnez y terminaron en 1911 por su marcha hacia su segundo viaje a la India.
En la India, conoce a Aphur Yongden, joven tibetano de 14 años que renunciará a todo con tal de seguirla y que se convertirá en su hijo adoptivo. Durante dos años viven en el Himalaya junto a los monjes budistas y luego recorren Japón, Corea y China. Dos años vivirá en el monasterio de Kum Dum (China), siendo admitida incluso en las ceremonias secretas, algo impensable para una mujer y menos aún occidental.
Hasta el final de sus días, esta indómita viajera permaneció lúcida, escribiendo artículos y preparando su biografía. A los 100 años renovó su pasaporte, «por si acaso», y pocos meses después emprendió el que sería su último viaje, el 8 de septiembre de 1969.
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