Pueden citarse ejemplos de consumo de insectos desde los tiempos más remotos, y pasando por todos los periodos hasta el actual. Hablando al pueblo de Israel, en Lev. XI.22, Moisés les anima directamente a comer insectos de los que comen cosas limpias: ‘Estos los podéis comer: la langosta, y la langosta calva, y el escarabajo, y el saltamontes’. También se cuenta cómo Juan el Bautista sobrevivió en el desierto a base de langostas y miel de abejas silvestres.
Herodoto describe cómo los nasamones molían las langostas y hacían tortas con ellas. Los hotentotes, según Sparrman, se alegran cuando encuentran langostas, y las consideran regalo divino, a pesar de que todo el territorio queda devastado por ellas, y se produce una situación de cazador cazado: estos comedores de langostas se ponen bien gordos con las increíbles cantidades que devoran de sus nutritivas y apetitosas enemigas. Cocinadas de numerosas y variadas formas, las langostas se comen en Crimea, Arabia, Persia, Madagascar, África y la India. A veces simplemente se fríen, se les quitan las patas y las alas y se come el cuerpo, condimentado con sal y pimienta. En otras ocasiones se reducen a polvo y se preparan tortas con ellas; o bien se cuecen hasta que están rojas, como las langostas de mar. En la India se las condimenta con curry, como cualquier otro alimento.
Desde los tiempos de Homero, las cigarras han servido de tema para todos los poetas griegos, tanto por su musicalidad como por su delicado sabor. Aristóteles nos cuenta que las apreciaban los griegos más cultos, que tenían a las pupas o crisálidas por los bocados más exquisitos, seguidas de las hembras cargadas de huevos.
Según Plinio, los gourmets romanos tenían la costumbre de engordar para la mesa las larvas de ‘cossus’, dándoles de comer harina y vino. No está clara la identidad exacta del insecto al que se aplicaba el nombre de ‘cossus’, pero probablemente era la voluminosa larva del ciervo volante (Lucanus cervus) o un cerambícido grande (Prionus coriarius).
Eliano nos cuenta que en su época un rey de la India sirvió como postre a sus invitados griegos un plato de larvas asadas que se sacaban de algún árbol y que eran consideradas como algo delicioso por los nativos. Es casi seguro que se trataba de las larvas del escarabajo de las palmeras (Calandra palmarum), enormes larvas del tamaño de un pulgar humano que hoy en día los negros de las Indias Occidentales siguen sacando de las palmeras y comiendo con deleite, bajo el nombre de ‘grugru’.
Los chinos, haciendo uso de ‘los gusanos, que se arrastraban por la tierra desnuda y luego se hacían una tumba y dormían’, comen las crisálidas de los gusanos de seda una vez extraída la seda de los capullos. Las fríen en mantequilla o manteca, añaden yema de huevo y condimentan eso con sal, pimienta y vinagre. También el doctor Darwin, en su ‘Phytologia’, menciona este plato, y dice que también consumen un gusano blanco sacado de la tierra y las orugas de las polillas esfinge; estas últimas las probó, y las encontró deliciosas.
El asco generalizado a los insectos casi parece haber aumentado en los últimos años, en vez de disminuir, debido, sin duda, a que ya no son corrientemente usados como medicina. En tiempos, al ser recetados como remedios por los curanderos de los pueblos, por lo menos la gente estaba familiarizada con la idea de engullirlos. Las cochinillas de la humedad, que al enrollarse adquieren el aspecto de píldoras negras, se tomaban como laxante; los ciempiés eran un valioso remedio contra la ictericia; los escarabajos sanjuaneros, contra la peste; las mariquitas, contra los cólicos y el sarampión.
1 comentario:
Lo siento, pero no.
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