viernes, 3 de agosto de 2007

Ni con trampa

Gustav Mahler ((1860-1911) tenía una pequeña superstición: Ludwug van Beethoven (1770-1827), Antón Bruckner (1824-1896), Antonin Dvorak (1841-1904) y Frank Schubert (1797-1828), entre otros, habían muerto al terminar sus respectivas novenas sinfonías. Mahler, por prudencia, al terminar su Sinfonía Nº8 y comenzar la novena, no le dio el nombre de Sinfonía Nº9, sino el de La canción de la tierra. Pero era tan sinfonía como las otras, y era la novena. Mahler creyó así haber vencido al destino y emprendió la composición de la siguiente, hasta tal punto confiado en haber burlado los hados fatales de la música romántica que la numeró como novena: argüía que en realidad era la décima (la estratagema era un extraño puente). Acabó esa Sinfonía Nº9, pero al poco de comenzar la décima su debilitado corazón dejó de responder.

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