Ayer noche soñé que me llevaban atado por una calle llamada Amargura. Era el 23 de septiembre de 1939, pero yo tenía ya cincuenta años. Freud fumaba, soberano, un puro «El Rey del Mundo» y Dalí, platónico, una colilla de «Ideales». Se sentaron en dos tótems a la puerta de un bazar de la calle. La calzada empedrada de electrodomésticos blandos e histéricos amenazaban con abismarme vivo. A punto de hundirme entre dos lavaplatos que me atenazaban a la altura de los hombros grité: ¡Socorro! ¡Ayúdenme, por favor! Freud y Dalí no podían oírme: discutían acaloradamente el problema económico del masoquismo. Los electrodomésticos me devoraban lenta pero inexorablemente. Desde lo más hondo pude ver como Freud y Dalí se habían puesto a bailar un vals con sus vergüenzas entrelazadas. Freud animó, guasón, a su pareja: «¡Hala macho, que eres un fanático con ideales!» y Dalí le replicó, con el mismo tono: «¡Y tú el rey de los puros!»
Fernando Arrabal
Genios y figuras
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