Desde la Edad de Piedra, las persecuciones han sido una de las causas más importantes de la extinción de las especies, pero no la única. Muchos animales han sido exterminados involuntariamente por el hombre, que no pudo o no supo evaluar las consecuencias de sus actos.
Los marineros del Wellington, por ejemplo, no tenían malas intenciones cuando en 1826 atracaron en la isla Maui. Su viaje los llevaba desde México hasta Hawai, y al pasar junto a isla Maui decidieron detenerse para recoger agua fresca. Pero antes de llenar sus barriles en los riachuelos, vaciaron el agua que aún llevaban; habían de influir así, sin saberlo, en el destino de las aves del lugar. No se supo hasta mucho después. Hacia 1900 murieron (en principio sin ningún motivo) muchas de las especies que vivían en el archipiélago hawaiano, entre ellas las especies de aves más llamativas. Se tardó mucho tiempo en resolver el misterio de su desaparición, que resultó ser consecuencia de un tipo de malaria. Los transmisores de esta enfermedad tropical hasta el momento desconocida en los mares del sur fueron los mosquitos centroamericanos que se colaron como polizontes en el agua de aquellos marineros mexicanos que atracaron el la isla Maui.
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