domingo, 29 de junio de 2008

El fútbol-in Finisterre

Uno puede haber inventado el futbolín, bailado con Celia Gámez, secuestrado un avión o rescatado el legado de León Felipe, pero ¿en una sola vida? Alejandro Campos Ramírez, que se rebautizó a sí mismo como Alejandro Finisterre en honor a la villa gallega en que había nacido en 1919, necesitó 87 años pero hizo todo eso y mucho más. 

A Newton le cayó una manzana en la cabeza, pero lo que cayó sobre Alejandro fue una bomba de las muchas que cayeron sobre Madrid durante la Guerra Civil. La bomba hizo que el joven quedara atrapado entre cascotes con heridas graves, por lo que fue trasladado primero a Valencia y después al hospital de la Colonia Puig de Montserrat, donde lo hospitalizaron junto a otros heridos y mutilados de guerra.

 Entonces se le ocurrió fusionar el deporte rey con su otro deporte favorito, el tenis de mesa. Con la ayuda del carpintero vasco Francisco Javier Altuna completó su invento, y el líder anarquista Joan Busquets le animó a patentarlo. Antes de eso ya había patentado un pasador de hojas de partituras accionado con el pie.

Patentó la idea en Barcelona en enero de 1937. Cuando, meses más tarde, parte exiliado a pie a Francia le coge una tremenda lluvia que empapa su ligero equipaje y deja inservibles los papeles de la patente. 

En el mismo viaje, Finisterre perdió el manuscrito de una novela de la que estaba muy satisfecho. A pesar de ello, escribió muchos poemas y un libro seudobiográfico titulado Coplas del maldecir y flornabos del tiempo y del espacio que firmó como Simplicio Revulgo.

En su juventud desempeñó todo tipo de oficios: peón de albañil, mozo de imprenta aprendiz de zapatero y también bailarín en la compañía de Celia Gámez. En la Real Academia Galega figura su autoría de varias «piezas de ballet inspiradas en nuestro folklore». Su pasión musical se reavivó al casar, ya de vuelta en España (volvió al mes de la muerte de Franco), con la joven soprano María Herrero, su feliz compañera hasta su muerte.

En 1953 Finisterre estaba afincado en Guatemala, donde fabricaba futbolines con madera de caoba. Según relato del propio Finisterre, jugó al futbolín y  le ganó siempre al Che Guevara pero nunca logró vencer a su futura esposa, Hilda Gadea.

Después vivió en varios países americanos e, incluso, promovió en 1974 un encuentro de intelectuales españoles, exiliados y no. Cuentan que allí se jugaron buenas partidas de futbolín de republicanos contra monárquicos, pero el resultado final es una incógnita.

Cuando en 1954 el coronel Castillo Armas da un golpe de Estado en Guatemala, Finisterre es capturado y puesto en un avión con destino a España. En pleno vuelo, entró al baño, envolvió una pastilla de jabón en papel de aluminio y simuló que tenía una bomba y que la haría estallar si no volvían.

En México editó y trabó amistad con el zamorano en el exilio León Felipe, a quien ya había conocido en España y a quien homenajearía en 1973. Antes de la muerte del poeta, en 1968, Finisterre ya empezó a recopilar documentos suyos. También salvó, enfrentándose para ello al régimen de Videla, documentos del poeta vasco Juan Larrea, fallecido en Argentina, en 1980.

Finisterre no sólo ideó el futbolín. «En realidad, tiene casi 50 inventos». Dándole una vuelta al futbolín creó el basket de mesa y también tenía la patente, aunque en 1962 no pudo renovarla, de lo que luego se convirtió en Hundir la Flota, el popular juego de los barcos.

Sólo en España hoy hay más de 150.000 futbolines. Se juega en todo el globo. El mejor jugador del mundo es el belga Frederic Collignon.

Antes de morir, el 9 de febrero de 2007, Finisterre entregó a la agente literaria Carmen Balcells más de 400 folios en los que repasa su vida. El documental «Tras el futbolín», distribuido por Motion Pictures de Barcelona, recorre la vida de Finisterre y las peculiaridades del juego.  

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