lunes, 16 de junio de 2008

Al rey Óscar

 Así, sire, en el aire de la Francia nos llega 
la paloma de plata de Suecia y de Noruega, 
que trae en vez de olivo una rosa de fuego.

  Un búcaro latino, un noble vaso griego 
recibirá el regalo del país de la nieve. 
Que a los reinos boreales el patrio viento lleve 
otra rosa de sangre y de luz españolas; 
pues sobre la sublime hermandad de las olas, 
al brotar tu palabra, un saludo le envía 
al sol de media noche el sol de Mediodía.

  Si Segismundo siente pesar, Hamlet se inquieta. 
El Norte ama las palmas; y se junta el poeta 
del fiord con el del carmen, porque el mismo oriflama 
es de azur. Su divina cornucopia derrama 
sobre el polo y el trópico la Paz; y el orbe gira 
en un ritmo uniforme por una propia lira: 
el Amor. Allá surge Sigurd que al Cid se aúna
cerca de Dulcinea brilla el rayo de luna, 
y la musa de Bécquer del ensueño es esclava 
bajo un celeste palio de luz escandinava.

  Sire de ojos azules, gracias: por los laureles 
de cien bravos vestidos de honor; por los claveles 
de la tierra andaluza y la Alhambra del moro; 
por la sangre solar de una raza de oro; 
por la armadura antigua y el yelmo de la gesta; 
por las lanzas que fueron una vasta floresta 
de gloria y que pasaron Pirineos y Andes; 
por Lepanto y Otumba; por el Perú, por Flandes; 
por Isabel que cree, por Cristóbal que sueña 
y Velázquez que pinta y Cortés que domeña; 
por el país sagrado en que Herakles afianza 
sus macizas columnas de fuerza y esperanza, 
mientras Pan trae el ritmo con la egregia siringa 
que no hay trueno que apague ni tempestad que extinga; 
por el león simbólico y la Cruz, gracias, sire.

  ¡Mientras el mundo aliente, mientras la esfera gire, 
mientras la onda cordial aliente un ensueño, 
mientras haya una viva pasión, un noble empeño, 
un buscado imposible, una imposible hazaña, 
una América oculta que hallar, vivirá España!

  ¡Y pues tras la tormenta vienes de peregrino 
real, a la morada que entristeció el destino, 
la morada que viste luto su puerta abra 
al púrpureo y ardiente vibrar de tu palabra: 
  y que sonría, oh rey Óscar, por un instante; 
y tiemble en la flor áurea el más puro brillante 
para quien sobre brillos de corona y de nombre, 
con labios de monarca lanza un grito de hombre!

Rubén Darío

Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas (1905)

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