lunes, 23 de abril de 2007

Santo varón

El Santo Varón Críspulo Mantecón Estopiñana, dio, al nacer, muestras de lo que iba a llegar a ser andando el tiempo. Más tarde confirmó, con su envío a la vida, que las muestras se correspondían en todo con el producto final.
Su padre, Don Críspulo Mantecón, de los Mantecones de toda la vida, fue un orondo varón acomodado; acomodado en una butaca de la que no tuvo necesidad de levantarse nunca en los luengos años que duró su vida, gracias a Dios. Ni tuvo necesidad, ni quiso. Y si la tuvo, pues tampoco quiso. Así es que llegaron a compenetrarse de tal modo estos dos seres, la butaca y Don Críspulo, que no hubo forma de separarlos y hubiera sido terrible haber provocado un trauma semejante en la sufrida butaca, que todo lo soportó por el amor a su amado dueño y por la conversión de Rusia. Lo cierto es que la butaca había sido abandonada en un muladar y Don Críspulo la recogió del arroyo, le dio casa y cobijo e hizo de ella una butaca de provecho cuando cualquier desalmado hubiera podido aprovecharse de ella, menospreciada, hundida, desamparada como estaba, a merced de los elementos, que ¡hay cada elemento por ahí!. Pero no desviemos con otras historias - bien que interesantes y de gran provecho y solaz – lo que ha de centrar el interés de la nuestra.
Juntos se fueron Don Críspulo y la butaca al campo santo, cuando llegó el óbito del primero. Juntos porque fue imposible separarlos, tal era la incardinación del uno en la otra. Las mollas del varón inundaban toda la butaca poseyéndola hasta el extremo de que no se distinguía carne de madera. Nadie se escandalizó puesto que conocían la extraña historia de amor nacida de la compasión del hombre. En el pescante del coche mortuorio, ya que no hubo modo de encontrar un ataúd en forma de cuatro, la seriedad del padre de Críspulo conduciéndose a su última morada, se complementaba con los gemidos de la butaca cada vez que un bache del camino hacía brincar la carroza. Descansen en paz.
Doña Críspula, era de otra madera. Doña Críspula era pícnica y seca, caquéctica e hirsuta, sabia y altanera. Tanto que, a partir del momento en el que le diagnosticaron la caquexia, decidió llevar siempre consigo uno o varios rollos de papel higiénico, por si le llegaba la hora inopinadamente. Parece ser que la hora no le llegaba nunca, pero tenía unos terribles y constantes dolores en las articulaciones que le hacían temer que no duraría mucho.
Críspulo nació. Nadie sabe cómo, pero consta que nació. Mejor dicho, nació como todo el mundo y sin cesárea. Lo que nadie sabe es cómo pudo nacer de un matrimonio como el de sus padres, porque Don Críspulo permaneció en su estado habitual, su madre no podía, con los dolores articulares, contorsionarse hasta el extremo de..., hasta ese extremo y la butaca, bien que humilde y recatada, tampoco debió estar dispuesta a dar facilidades, vaya...
Pero el caso es que Críspulo nació de mujer y a la mujer de la que nació le pareció que todo el proceso de la concepción, del embarazo, del parto, eran una bendición comparándolos con la criaturita que acababa de largar al mundo.
Era largo, era blanco como un gusano intestinal que en un extremo se abultara y tenía dos ojos saltones y una boca, llena de dientes en forma de sierra, por la que salía un vagido semejante a un rebuzno, mientras reptaba hacia el seco pecho de la Estopiñana. La matrona preguntó si es que habían puesto un enema a la parturienta antes de darse cuenta de que aquello se movía. Cuando decidieron que era un varón, lo bautizaron con aguardiente de orujo, aunque el cura, secretamente, en lugar del rito del bautismo, exorcizó al neonato y se hizo una queimada para reponerse del mal trago.
Apenas hubo crecido, Críspulo dio muestras de lo que iba a ser cuando pudiera valerse por sí mismo: escupía a las señoras que se acercaban a verlo, mordía la mano que le daba de comer y destrozó los pezones de tres amas de leche que fueron contratadas para intentar alimentarlo, hasta que decidieron amamantarlo con un dedal protegiendo tan sensible parte.
Su madre fue obligada a sustituir el cartelito del automóvil en el que se leía “Bebé a bordo” por otro en el que se advertía “Bebé borde” y a llevar protección policial. Las andaderas de Críspulo no servían para protegerle de caídas o accidentes, sino para impedir que se acercara a cualquier ser vivo o inanimado, tal era su furia destructora.
Con el tiempo, su aspecto mejoró y, en lugar de parecerse al de la “ciona intestinalis”, empezó a semejarse al de una cerilla. No había persona, animal o cosa que no sufriera si no su ataque devastador, sí su asedio pertinaz. Eran terroríficos sus ataques reptando a gran velocidad y dejando una estela de mocos a su paso.
Todos sus coetáneos guardaron de por vida uno u otro recuerdo en forma de mutilación producida por Críspulo: quién estaba tuerto, a otro le faltaba una oreja, un tercero lucía cicatrices varias y los más carecían de alguna falange empleada por nuestro héroe para escribir en rojo sobre las pizarras de la escuela.
Cuando llegó el momento de su confirmación respondió al cariñoso sopapo del Sr. Obispo con dos hostias que a punto estuvieron de dejar a Su Eminencia para la cuenta de diez; le salvó la campana; tocando a rebato hizo que acudieran los hombres del pueblo temiendo un fuego o cualquier otra catástrofe. Entre varios separaron a Críspulo de su víctima que ofrecía un aspecto poco garrido: la mitra ladeada chulescamente, las gafas colgando de una oreja, el báculo por el suelo, asimétrica la casulla, los ojos, huevones, entrecerrados y los brazos extendidos, porque el Sr. Obispo era burriciego, movía a compasión. Una le iba y otra le venía al preste al ver al causante de sus males inmovilizado y a su merced, pero recordando la altura de su misión y su alta dignidad, tomó el hisopo del acetre y bendijo al que le ofendía en una aplicación estricta de las enseñanzas de Cristo.
Mano de santo fue el hecho. El agua bendita rebotó, en principio, sobre la piel cerúlea de Críspulo, pero una gota, una sola, incidió en su frente y allí empezó a humear extendiéndose en forma de cruz de fuego.
- ¡Milagro, milagro!, gritaron las devotas.
- ¡Leche, que arde!, exclamaban los captores intentando apagar el fuego sin conseguirlo.
Y, así, en medio de un terrible vocerío, Críspulo se liberó. Los que estudiaron el caso, para intentar la canonización del Obispo, que después de tamaño meneo no se vió hora buena, atribuyeron el comportamiento anterior de Críspulo a su irregular bautismo. Su transfiguración fue lenta, pero su actitud varió de inmediato. Ayudaba a las viejecitas a cruzar la calle, socorría a los menesterosos, iba de visita con su madre; siempre pulcro, aseado, peinado y requetelimpio. Pasada la pubertad, la crisálida se convirtió en mariposa y nuestro Santo Varón era un joven más bonito que un San Luis Gonzaga, incluidos el lirio y el candor Confesaba con frecuencia y comulgaba casi a diario. Terminó por ser un hombre de provecho y durante su paso por la Universidad fue el espejo en que se miraron jóvenes y jóvenas que devinieron virtuosos y virtuosas después de haber tenido un comportamiento disoluto. (¡Así cualquiera, - dijeron algunos – después de harto Juan...!).
A pesar de no necesitar del ejercicio de su carrera para sobrevivir, se puso del lado de los pobres entre los que fue repartiendo su fortuna hasta que, por un error de cálculo, se vió en la miseria más absoluta.
Decidió, entonces, irse a cuidar enfermos a una aislada isla del Pacífico, pero la salubridad del clima, la ausencia de contaminación y el hecho de que la isla fuera propiedad de una multinacional del turismo hacían que no hubiera enfermos ni muertos en ella. Así es que la última vez que se vió vivo a Críspulo fue en una esquina recitando una salmodia para pedir limosna: “Una limosna a un rico al que se le alargó la vida y se le acortó el dinero...” , repetía ante la indiferencia de los transeúntes... Luego, por lo que hemos podido saber, lo recogieron, muerto, los servicios de limpieza de la isla. Dicen que de su frente emanaba una luz en forma de cruz que se transformaba en aureola alrededor de todo su cuerpo. Se ignora si fue enterrado o ascendió al cielo.
Santo Varón...

Luis Sánchez Polac, "TIP"

1 comentario:

JuanMa dijo...

Maestro entre los maestros, santo y seña del humor surrealista y más que santo y seña ¡Santo Varón!