viernes, 7 de marzo de 2008

El armario de los esqueletos

En el taller complicado


del anatómico experto

en disecaciones sabias

y en conservación de fetos,

en un armario profundo

con un ventanal estrecho

hay un viejo guardarropa

de unos tres a cuatro metros

que ocupan completamente

unos cuantos esqueletos

de mujeres y de hombres,

de jóvenes y de viejos.

Cuelgan estos armazones,

formados por blancos huesos,

de unos garfios que hay clavados

en la madera del techo;

unos parecen reír

con cierto mohín travieso,

otros tienen un empaque

de fatídicos espectros;

hay quien parece muy grave

y hay quien parece grotesco,

tipo de danza macabra,

como pintó el medievo.

Cuando la calle retiembla,

al cruzar con gran estruendo

esos camiones enormes,

que llevan terrible peso,

todo el guardarropa oculto

sufre un estremecimiento

que intranquiliza el cotarro

de aquel armario siniestro.



Hay esqueleto que mueve

las falanges de los dedos

y a quien le rechina el cráneo

con un lastimero acento.

Otro se siente jovial,

hay quien se siente flamenco,

y alguno se balancea

con un movimiento obsceno.


Parece que aún se distingue

sin las carnes ni el pellejo

al estúpido y al sabio,

al granuja y al zopenco,

y sin grasas y sin pieles,

sin bultos y sin trasero,

estos restos de homo sapiens

dan a la par risa y miedo.

Pío Baroja

1 comentario:

vidiya dijo...

Caricatura de Fernando Vicente publicada en El País.