viernes, 27 de noviembre de 2009

El bibliómano

Según Charles Nodier, del bibliófilo al bibliómano no hay más que una crisis. El bibliófilo sabe escoger los libros; el bibliómano los amontona. El bibliófilo reúne los libros con los libros, luego de haberlos sometido a todas las investigaciones de sus sentidos e inteligencia; el bibliómano los hacina sin mirarlos. El bibliófilo valora el libro, el bibliómano lo pesa o mide. La inocente y deliciosa fiebre del bibliófilo es, en el bibliómano, una enfermedad aguda llevada hasta el delirio. el bibliófilo posee libros, y el bibliómano es poseído por ellos.
En su libro de 1844, La medicina de las pasiones, el doctor Descuret refiere el caso de un notario parisino quien llegó a poseer entre 600 y 800 mil libros.

Antoine Marie Henry Boulard(1754-1825) fue un probo ciudadano francés que ejerció como notario dando fé pública de cualquiera de los actos jurídicos de su competencia y que profesó de alcalde del distrito X de París. Un hombre de una dimensión pública considerable que compaginaba con una agitada y rebosante vida secreta de depredador bibliófilo.

Los antiguos aficionados a la librería aseguran no tener memoria de haberle visto entrar en casa sin llevar debajo del brazo varios volúmenes, incluso se hizo diseñar un abrigo de bolsillos lo suficientemente espaciosos para dar cabida a su desmedido afán cinegético . Por lo demás, sus numerosas compras eran siempre pagadas al contado.

Mme. Boulard había aconsejado repetidas veces a su marido se pusiera a leer antes de seguir comprando; pero tal consejo, bueno cuando más para un bibliófilo, no era de manera alguna del agrado de nuestro bibliómano. Pronto quedaron llenos los estantes que cubrían todas las paredes de su domicilio, y hubo necesidad urgente de preparar sitio para las adquisiciones futuras.

A todo esto, M. Boulard se iba volviendo menos amable y más misterioso. con frecuencia no iba a almorzar a su casa, iba a cenar muy tarde, y un día sucedió que no fue a cenar ni a dormir. Fue la noche aquella durante la cual arregló tres carretadas de libros, cuya compra accidental no se había atrevido a confesar.

Da a su mujer palabra de honor de que empezará inmediatamente un catálogo, y no comprará en lo sucesivo ni un volumen sin expresa autorización de ella. Algunos meses después de tan animosa resolución, empezó a declinar su salud hasta caer en lo que ahora se diría una depresión profunda que lo tumbó en cama. Conscientes del mal que aquejaba al enfermo, su doctor y su mujer idearon instalar un mercado de libros bajo su ventana. Ella le permitió comprar los volúmenes que quisiera. Así recupero la salud, si bien semejantes permisos fue menester renovar con bastante frecuencia, Boulard vivió largos años.

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