miércoles, 1 de octubre de 2008

El padre cirujano


 A Hamilton Naki, nacido hacia 1926 en una aldea del antiguo protectorado británico del Transkei (provincia de El Cabo), todo parecía condenarle -como al resto de sus compatriotas negros- a una existencia mísera en el inicuo régimen del apartheid. Poco a poco, sus capacidades le fueron granjeando puestos de responsabilidad. De limpiar jaulas pasó a intervenir en operaciones quirúrgicas a los animales del laboratorio, donde tuvo la oportunidad de anestesiar, operar y, finalmente, trasplantar órganos a animales como perros, conejos y pollos. 
Pero, ¿qué hacía Hamilton Naki, un ciudadano de segunda, que había abandonado los estudios a los 14 años por necesidad, en medio de una de las operaciones más destacadas del siglo? Quizás las palabras del célebre Barnard, poco antes de su muerte, lo resuman: "Tenía mayor pericia técnica de la que yo tuve nunca. Es uno de los mayores investigadores de todos los tiempos en el campo de los trasplantes, y habría llegado muy lejos si los condicionantes sociales se lo hubieran permitido".

En la Sudáfrica racista del apartheid, donde se establecían diferencias en el sistema jurídico en función del color de la piel, fue Christian Barnard -sudafricano blanco- quien en 1967 recibió todos los honores por llevar a cabo el primer trasplante de un corazón humano. Pero fue también Naki quien aquella noche hizo posible lo que durante siglos había supuesto un reto imposible para la medicina. Él fue quien retiró el órgano del corazón de la donadora, para ser transplantado en el pecho de Louis Washkanky en 1967, en Ciudad del Cabo, África del Sur, en la primera operación de transplante cardíaco humano, con éxito.

Los médicos que observaron el trabajo de Naki solían describir cómo lograba suturar diminutos vasos sanguíneos con sorprendente delicadeza y precisión, y completar en silencio operaciones que los estudiantes de medicina comenzaban. Naki solía recordar con cariño cómo los estudiantes de medicina, a los que enseñó por más de cuatro décadas, le pedían consejo. “Es por eso que me llamaban el padre cirujano”, dijo en una ocasión.  

Uno de los personajes más extraordinarios en la historia de la medicina, alguien cuya esencia sin duda está a la diestra de la de Hipócrates en algún templo del Olimpo, Hamilton Naki, murió el 29 de mayo de 2005, a los 78 años. Hasta sus últimos días, uno de los mayores cirujanos del siglo, sobrevivió con una modesta pensión de jardinero en vista de que su trabajo especializado nunca había sido revelado. Cuentan que durante su jubilación arregló un autobús para convertirlo en una clínica móvil.

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