domingo, 24 de enero de 2010

Amar a un animal

Anatole France: “Hasta que no hayas amado a un animal, parte de tu alma está dormida”.
France, premio Nobel en 1921, era un hombre pródigo en dichos memorables. Yo suelo citar estas palabras suyas: “¿Cuál es la frase más bella? La más corta”. Y ahora mismo recuerdo otra sentencia de France que me encanta: La oscuridad nos envuelve a todos, pero mientras el sabio tropieza en alguna pared, el ignorante permanece tranquilo en el centro de la estancia”.
Siempre me han gustado los animales, pero no conviví con uno (no amé a uno) hasta hace más o menos treinta años, que fue cuando tuve mi primer perro. Y si, Anatole France tiene razón: a partir de aquel momento, algo se despertó en mi. Algo que yo ignoraba se hizo presente. Fue como desvelar una porción de mundo que antaño estaba oculta, o como añadirle una nueva dimensión. Convivir con un animal te hace más sabio.
Esto no quiere decir, naturalmente, que todos los amantes de los animales sean, por el mero hecho de serlo, gente maravillosa. De todos es sabido que Hitler adoraba a los perros y que sentía mucha más angustia ante la agonía de una langosta en la cacerola (en el Tercer Reich hubo leyes que prohibían cocer vivos a los crustáceos) que ante el gaseamiento de un niño judío. Y es que el ser humano es una criatura caótica y enferma, capaz de contradicciones de este calibre. Pero lo que sí parece cierto es lo contrario: que los individuos que son crueles con los animales son muy mala gente. De hecho, una investigación multidisciplinar que se hizo en Escocia hace algunos años demostró que la mayoría de los sujetos que habían sido denunciados por maltrato animal habían cometido también crímenes violentos contra otras personas.
El animalismo, en fin, que es como se denomina el movimiento en pro de los derechios de los otros animales, es un producto moral e intelectualmente refinado. “Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”, decía atinadamente Mahatma Gandhi. Déjame que te diga una última cita. Pertenece a George T. Angell, un abogado estadounidense del siglo XIX que fue uno de los pioneros en la lucha animalista, y dide así: “A veces me preguntan: ¿Por qué inviertes todo ese tiempo y dinero hablando de la amabilidad con los animales cuando existe tanta crueldad hacia el hombre? A lo que yo respondo: Estoy trabajando en las raíces”. Sí, hay que trabajar en las raíces si de verdad aspiramos a ser un poco mejores.
Rosa Montero

1 comentario:

vidiya dijo...

Extractos del artículo de Rosa Montero publicado hoy con ese mismo título en El País semanal.