miércoles, 27 de mayo de 2009

Lo que pasa en una tarde

«MARCELO:
Esta es fuerza, señor, de la prudencia.
La fuerza corporal al cuerpo alcanza,
como la que se vio por excelencia
en el gran don Gerónimo de Ayanza.
GERARDO:
Allá en mi mocedad, con eminencia
la tuve yo. Del tiempo la mudanza
todo lo trueca.
DON FÉLIX:
Alcides nuevo llama
al fuerte don Jerónimo la fama.
GERARDO:
Hacía lechuguillas de un trincheo,
y con un dedo de las manos duras
le pasaba. Con brazo giganteo
rompía cuatro fuertes herraduras.
MARCELO:
Yo sé a su muerte un epigrama, y creo
que es excelente.
GERARDO:
Dile, si procuras
entretener mi justo pensamiento
mientras curan a Blanca
MARCELO:
Estáme atento:
Tú sóla peregrina, no te humillas,
¡Oh Muerte! a don Jerónimo de Ayanza.
Tu flecha opones a su espada y lanza
y a sus dedos de bronce, tus costillas.
Flandes te diga, en campo, en muro, en villas,
cuál español tan alta fama alcanza.
Luchar con él es vana confianza,
que hará de tu guadaña lechuguillas.
Espera, arrancará por desengaños
las fuertes rejas de tu cárcel fría.
Mas ¡ay! cayó. Venciste. Son engaños.
Pues, Muerte, no fue mucha valentía,
si has tardado en vencerle sesenta años
quitándole las fuerzas cada día.»


Lope de Vega y Carpio (1562-1635)

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