Se refiere a un estilo cognitivo caracterizado por inhabilidad para verbalizar sentimientos y discriminarlos, por el cual el sujeto presenta una tendencia a la acción frente a situaciones conflictivas. En realidad, es un mecanismo de defensa y de negación ante traumas y conflictos, que reprime ferozmente los sentimientos.
Hay que distinguir entre la alexitimia primaria, con predisposición genética y causas neuroorgánicas, y la alexitimia secundaria, que aparecería como secuela de un traumatismo emocional previo muy grave o de una prolongada situación de intenso estrés.
Se trata de un trastorno muy extendido entre la población: afecta a una de cada siete personas. En particular, la Alexitimia se manifiesta en el 85% de los afectados por trastornos autistas.
La alexitimia es un tipo de anomalía que supone un terreno abonado para la aparición de conductas adictivas, terroristas y depresivas. Así lo constata el psiquiatra Francisco Alonso-Fernández en sus libros Las nuevas adicciones y Fanáticos terroristas. Estas personas canalizan sus emociones reprimidas mediante trastornos somáticos (alteraciones gastrointestinales, jaquecas, mareos, vértigos) y con escapadas de evasión hacia las drogas, químicas (alcohol y otras sustancias) y no químicas (trabajo, Internet, sexo, juego), que les pueden conducir a actitudes delictivas y a actos violentos.
Una de las claves para detectar que una persona puede presentar el cuadro de alexitimia es la cantidad de problemas físicos que padece (herpes, eccemas, dolores de cabeza, fibromialgia), dolores para los que ningún especialista halla respuesta y que suelen responder a la ansiedad que provoca el hecho de tener enterradas las emociones, a las que dan salida mediante estas dolencias.
El método diagnóstico más utilizado para comprobar si se está ante un caso de alexitimia es la escala de Toronto, un test que mide en qué grado lo puede padecer una persona en función a las respuestas que den a determinadas situaciones.
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