En los años 50, las mujeres, apartadas de los ámbitos del saber y del poder, apenas podían acceder a la universidad. Pero la capacidad de trabajo de Margarita Salas y su enorme fuerza de voluntad provechosamente unidos a la categoría humana de los hombres que marcaron su vida, permitieron a esta mujer insólita decidir su futuro por ella misma.
Su padre, un reconocido psiquiatra que nunca fue el mismo tras la guerra civil, sufrió el exilio interior y la marginación profesional pero no quiso aceptar el cruel retroceso que la dictadura supuso en la emancipación de las mujeres. Margarita, al igual que sus hermanos, estudió una carrera, en su caso Químicas, “con un fin muy distinto al de la mayoría de mis escasas compañeras de Campus ”, afirma hoy con ironía, aunque, casualidades de la vida, su compañero de tesis, Eladio Viñuela, se convirtió en su esposo. Siendo ambos doctores, iniciaron juntos la carrera científica, pero Severo Ochoa, su maestro, les separó profesionalmente. Es ya célebre la medida, cargada de intenciones, adoptada por Ochoa al recibir al matrimonio en Nueva York: “Estaréis en distintos grupos de trabajo. Si no aprendéis otra cosa, al menos hablaréis inglés”. A su regreso, continuaron trabajando por separado: en la España de la época, investigar junto a su marido hubiera supuesto verse abocada a ser "la mujer de...".
Su padre le abrió de par en par la ventana de un futuro elegido por ella misma y bien distinto al convencional, su maestro le ayudó a forjar una fértil carrera científica y su marido respetó su vocación. Tres pilares, tres hombres adelantados a su época que, en una sociedad hegemónicamente masculina, le habilitaron el espacio para que pudiera trazar su propio camino.
Estos retazos de vida son los antecedentes de la primera mujer de ciencia en la historia española.
Según ella las plantas transgénicas no son más que plantas normales a las que se les ha incorporado un gen que confieren a las semillas propiedades que les permiten adaptarse a entornos enemigos o sobrevivir en condiciones difíciles. Es indiscutible que estas mejoras convierten a los transgénicos en algo bueno, puesto que quien se beneficia directamente es la humanidad. En la Tierra hay un porcentaje de suelo cultivable que es limitado; mediante las plantas transgénicas se puede ampliar ese suelo y convertir en fértiles tierras muy salinas o áridas, con el fin de alimentar a millones de personas. Tampoco estaría de más recordar que la mejora genética de las plantas es algo que se ha realizado a lo largo de siglos; la diferencia es que antes se tardaba años en modificar una planta y ahora se tarda días.
Sus investigaciones se han desarrollado sobre un virus que infecta a Bacillus subtilis, una bacteria no patógena utilizada en biotecnología. Cuando el virus infecta a esta bacteria la destruye, pero no produce problemas en otros organismos. Su trabajo se ha centrado en los mecanismos de duplicación de su material genético de forma fiel y sin dejar posibilidad de error, y controlar después esa expresión. El Phi-29 es simple y fácil de manipular; tiene sólo veinte genes, en comparación con los 100.000 que posee el genoma humano. Por otro lado, la proteína que ha estudiado en este virus existe de modo similar en otros virus que causan enfermedades, como la poliomelitis o la hepatitis B.
Sus descubrimientos nos han llevado descubrir que la proteína, que replica el Denaviral, tiene unas propiedades fantásticas desde el punto de vista biotecnológico. Esta polimenasa está patentada y está siendo comercializada por una compañía americana con rendimientos muy interesantes, puesto que sirve para amplificar el DNA.
Sus descubrimientos nos han llevado descubrir que la proteína, que replica el Denaviral, tiene unas propiedades fantásticas desde el punto de vista biotecnológico. Esta polimenasa está patentada y está siendo comercializada por una compañía americana con rendimientos muy interesantes, puesto que sirve para amplificar el DNA.
Margarita Salas es, además, académica de la lengua y por otro lado acaba de prologar un libro de María José Casado Ruiz de Lóizaga titulado Las damas del laboratorio. Mujeres científicas de la historia, un libro francamente interesante.
1 comentario:
El título de esta entrada es una cita de la autora del libro mencionado, Mª José Casado
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