El 17 de febrero de 1600, en Campo dei Fiori de Roma, los servidores del Santo Oficio descargaron un carro de leña a media mañana para preparar la hoguera donde iba a arder Giordano Bruno, condenado por blasfemia, herejía e inmoralidad. Todo lo que había dicho este filósofo en su cátedra para merecer el fuego había sido que la Tierra ya estaba en el cielo pues navegaba por el espacio. En la tolerante ciudad de Venecia se creía a salvo, pero fue juzgado por la Inquisición, encerrado en las mazmorras del Vaticano durante siete años y finalmente entregado por el papa Clemente VIII al brazo secular para que lo mandara al infierno, puesto que no se retractaba. Lo que no sabía Giorgano Bruno es que la tierra navega por el espacio a treinta kilómetros por segundo, una velocidad pareja al fanatismo y a la maldad de algunos hombres, como sabe cualquiera en nuestros días.
Cuando las cenizas de Bruno fueron aventadas, Galileo tomó su relevo en el excitante enigma de los astros. Uno de sus primeros trabajos consistió en perfeccionar el telescopio holandés y cuando consiguió una lente de veinte aumentos convocó al Consejo de Venecia en la cima del campanile de San Marcos y la enfocó hacia la luna para mostrar a los clérigos y preboste civiles los accidentes geológicos que había en su superficie. Este descubrimiento echó abajo la teoría física aristotélica que consideraba los astros como esferas celestes, puras, perfectas e inmutables. Galileo fue condenado a la hoguera y sólo un falso arrepentimiento de última hora le libró de convertirse también en un excelente asado.
Durante la Edad Media todo lo que se conocía del hombre se sabía a través de Dios, centro del Universo, pero en el Renacimiento el hombre ocupó su trono. El humanismo volvió la mirada a la antigua Grecia…
…Después de ver la Tierra en una visión extracorpórea la conciencia colectiva ha generado una nueva forma de pensar. Nada que no sea global, planetario y universal tiene ya sentido. Todos los sueños de la humanidad se disparan hacia las galaxias y al mismo tiempo han instalado en el fondo de nuestro cerebro un principio insoslayable: en esta nave o nos salvamos todos o perecemos todos. Este pensamiento nuevo, que se deduce de la cosmonáutica , podría convertir a esta nave, dentro de la atmósfera, junto con los animales, bosques. Mares, ríos y montes una categoría metafísica, de moso que la Tierra recobraría la idea de perfección con que Aristóteles dotaba a las esferas celestes. Todo empezó en el Campo dei Fiori de Roma donde ardió un profeta de los astros.
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Extractos del artículo publicado en el diario El País.
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