Nació hacia 1465 en Salamanca. Instruida en la disciplina del latín, fue discípula de Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática castellana. Con 16 años era una reconocida experta en textos clásicos. En 1486 entró al servicio de la reina y permaneció con ella hasta su muerte.
Por Juan Antonio Cebrián
Esta ilustre humanista fue una de las mujeres más cultas de su tiempo, condición que le permitió situarse al lado de la reina Isabel I de Castilla como una de sus más eficaces consejeras y amigas. Católica convencida, mantuvo a lo largo de su existencia una profunda religiosidad de la que siempre hizo gala.
Nació en Salamanca, según la mayoría de las opiniones hacia 1465. Sus progenitores provenían de linaje hidalgo, aunque mermado en sus arcas patrimoniales, asunto que no les impidió sostener una numerosa prole de la que la pequeña Beatriz fue designada para engrosar la vida del claustro conventual. Con tal motivo comenzó a instruirse en la disciplina lingüística del latín, a fín de entender mejor rezos, escrituras y cánticos.
Muy pronto destacó por su lúcida inteligencia, lo que la permitió entrar en las aulas de la célebre universidad salmantina, un lugar donde impartían clases magistrales reputados intelectuales como Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática castellana y que, muy posiblemente, se convirtió en mentor de la brillante joven.
Con 16 años ya gozaba de prestigio suficiente para ser reconocida como una consumada especialista en textos clásicos, y en ese sentido, su autor predilecto siempre fue el griego Aristóteles, filósofo del que se convirtió en una distinguida exegeta.
En 1486, la reina Isabel I de Castilla se fijó en ella mientras buscaba preceptores para la educación de sus hijos y solicitó que la joven se trasladase a la corte con el propósito de formar parte de un selecto grupo de damas sabias que asesoraba a la monarca católica en diferentes cuestiones relacionadas con la cultura.
Mucho se ha especulado sobre el papel real que jugó La Latina (conocida así por sus coetáneos) junto a la soberana. Parece poco probable que se le otorgase el rango de maestra o de camarera de la reina, tal y como se escribió durante siglos. Sí en cambio se nos antoja más indicado que doña Beatriz fuese institutriz de las infantas Juana, María, Isabel y Catalina, además de una de las consejeras más cercanas a la reina, asesorándola siempre que era requerida. No en vano, Isabel I la consideraba una fiel amiga con la que compartía complicidad y una profunda religiosidad que las unía en momentos difíciles.
En diciembre de 1491 se casó, a instancias de los Reyes Católicos, con el oficial de artillería Francisco Ramírez, un madrileño entrado en madurez que había enviudado recientemente con cinco hijos a su cargo. El Artillero, como así era llamado en los ambientes palaciegos, era un hombre de confianza de los monarcas, a los que había servido en sus guerras contra Portugal y Granada.
A su lado, Beatriz compartió casi 10 años de serena felicidad en los que vinieron al mundo dos hijos: Fernán y Nuflo, si bien ella quiso por igual a los vástagos aportados por su marido, el cual falleció en 1501 combatiendo a los musulmanes rebeldes de Las Alpujarras. Por su parte, Beatriz, en su nuevo estado de viuda, permaneció al servicio de Isabel I hasta la muerte de la soberana, acontecida en noviembre de 1504.
Según se cuenta, acompañó al cadáver de su señora durante un mes en el trasiego hacia Granada, lugar donde quedó sepultada. Después inició un progresivo retiro de la corte para dedicarse, por completo, a la fundación de instituciones benéficas, como el Hospital de Pobres en Madrid o conventos concepcionistas de franciscanas y jerónimas (de éstas últimas tomaría los hábitos mitigados), sin perder de vista los acontecimientos políticos y sociales del país, en los que se implicó desde su reconocida popularidad.
No vio con buenos ojos y criticó con dureza el segundo matrimonio de Fernando el Católico con Germana de Foix, pero acudió solícita al llamamiento del joven rey Carlos I, cuando le pidió el mismo asesoramiento que en su día había dado a su abuela. En sus años finales soportó con amargura la muerte de sus hijos, quedando como único consuelo de su existencia las obras de caridad y el amor de su nieta Beatriz. El legado cultural de La Latina se reduce a un par de cartas en latín y algunos versos, además de un impecable testamento redactado por su pluma, en el que expresaba el deseo de repartir su fortuna entre los pobres.
Falleció en Madrid, el 23 de noviembre de 1534, con el reconocimiento de la época que la acogió. Cuando años más tarde, su cadáver fue exhumado y se comprobó que permanecía incorrupto, lo mismo que su memoria como mujer destacada en un tiempo difícil que transitaba hacia la modernidad. Hoy en día uno de los barrios más castizos de Madrid lleva su popular y recordado sobrenombre.
Por Juan Antonio Cebrián
Esta ilustre humanista fue una de las mujeres más cultas de su tiempo, condición que le permitió situarse al lado de la reina Isabel I de Castilla como una de sus más eficaces consejeras y amigas. Católica convencida, mantuvo a lo largo de su existencia una profunda religiosidad de la que siempre hizo gala.
Nació en Salamanca, según la mayoría de las opiniones hacia 1465. Sus progenitores provenían de linaje hidalgo, aunque mermado en sus arcas patrimoniales, asunto que no les impidió sostener una numerosa prole de la que la pequeña Beatriz fue designada para engrosar la vida del claustro conventual. Con tal motivo comenzó a instruirse en la disciplina lingüística del latín, a fín de entender mejor rezos, escrituras y cánticos.
Muy pronto destacó por su lúcida inteligencia, lo que la permitió entrar en las aulas de la célebre universidad salmantina, un lugar donde impartían clases magistrales reputados intelectuales como Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática castellana y que, muy posiblemente, se convirtió en mentor de la brillante joven.
Con 16 años ya gozaba de prestigio suficiente para ser reconocida como una consumada especialista en textos clásicos, y en ese sentido, su autor predilecto siempre fue el griego Aristóteles, filósofo del que se convirtió en una distinguida exegeta.
En 1486, la reina Isabel I de Castilla se fijó en ella mientras buscaba preceptores para la educación de sus hijos y solicitó que la joven se trasladase a la corte con el propósito de formar parte de un selecto grupo de damas sabias que asesoraba a la monarca católica en diferentes cuestiones relacionadas con la cultura.
Mucho se ha especulado sobre el papel real que jugó La Latina (conocida así por sus coetáneos) junto a la soberana. Parece poco probable que se le otorgase el rango de maestra o de camarera de la reina, tal y como se escribió durante siglos. Sí en cambio se nos antoja más indicado que doña Beatriz fuese institutriz de las infantas Juana, María, Isabel y Catalina, además de una de las consejeras más cercanas a la reina, asesorándola siempre que era requerida. No en vano, Isabel I la consideraba una fiel amiga con la que compartía complicidad y una profunda religiosidad que las unía en momentos difíciles.
En diciembre de 1491 se casó, a instancias de los Reyes Católicos, con el oficial de artillería Francisco Ramírez, un madrileño entrado en madurez que había enviudado recientemente con cinco hijos a su cargo. El Artillero, como así era llamado en los ambientes palaciegos, era un hombre de confianza de los monarcas, a los que había servido en sus guerras contra Portugal y Granada.
A su lado, Beatriz compartió casi 10 años de serena felicidad en los que vinieron al mundo dos hijos: Fernán y Nuflo, si bien ella quiso por igual a los vástagos aportados por su marido, el cual falleció en 1501 combatiendo a los musulmanes rebeldes de Las Alpujarras. Por su parte, Beatriz, en su nuevo estado de viuda, permaneció al servicio de Isabel I hasta la muerte de la soberana, acontecida en noviembre de 1504.
Según se cuenta, acompañó al cadáver de su señora durante un mes en el trasiego hacia Granada, lugar donde quedó sepultada. Después inició un progresivo retiro de la corte para dedicarse, por completo, a la fundación de instituciones benéficas, como el Hospital de Pobres en Madrid o conventos concepcionistas de franciscanas y jerónimas (de éstas últimas tomaría los hábitos mitigados), sin perder de vista los acontecimientos políticos y sociales del país, en los que se implicó desde su reconocida popularidad.
No vio con buenos ojos y criticó con dureza el segundo matrimonio de Fernando el Católico con Germana de Foix, pero acudió solícita al llamamiento del joven rey Carlos I, cuando le pidió el mismo asesoramiento que en su día había dado a su abuela. En sus años finales soportó con amargura la muerte de sus hijos, quedando como único consuelo de su existencia las obras de caridad y el amor de su nieta Beatriz. El legado cultural de La Latina se reduce a un par de cartas en latín y algunos versos, además de un impecable testamento redactado por su pluma, en el que expresaba el deseo de repartir su fortuna entre los pobres.
Falleció en Madrid, el 23 de noviembre de 1534, con el reconocimiento de la época que la acogió. Cuando años más tarde, su cadáver fue exhumado y se comprobó que permanecía incorrupto, lo mismo que su memoria como mujer destacada en un tiempo difícil que transitaba hacia la modernidad. Hoy en día uno de los barrios más castizos de Madrid lleva su popular y recordado sobrenombre.
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