Un pueblo en el que todo el mundo se conoce no es un buen lugar para alguien que duda de su propia identidad. El modo de escapar fue ir a estudiar Medicina a Oxford.
Su paso por Oxford fue un vía crucis no exento de trallazos de felicidad relativa. Sopesó la posibilidad de ser lesbiana. Frecuentó los círculos homosexuales. Pronto los rechazó. Aborrecía que una mujer la deseara por ser mujer. No era homosexual.
Tras acabar sus estudios, inició un periplo incierto. Acudió a la consulta de un tipo que recetaba hormonas por kilos. Desde entonces acometió solo un proceso de automedicación que lo transformaría. Fue el trampolín hacia la anhelada metamorfosis.
Escuchó hablar sobre Sir Harold Gilles, el pionero de la cirugía plástica que afinó su talento recomponiendo a los combatientes de la Gran Guerra. Acudían hasta su mesa devorados por la metralla, desprovistos de mandíbula, con agujeros en lugar de nariz; rotos, deshechos. Tras el conflicto reorientó su trabajo hacia la cirugía estética, campo ignoto que le daría dividendos.
Dillon acudió a la consulta de Gilles. Justo en esos días estalló la Segunda Guerra Mundial. El doctor le explicó que en la situación actual debería esperar. No obstante, prometió ayudarle y regularle la testosterona. Juró acometer su operación al acabar la guerra. Y cumplió su palabra.
En 1946, Harold Gillies, llevó a cabo una serie de operaciones que convirtieron a Dillon en el primer transexual que se operaba para ser un hombre. Fueron trece intervenciones hechas prácticamente en secreto, en las que la vida del paciente llegó a peligrar. A partir de entonces, Dillon comenzó a temer que su cambio de sexo trascendiese y arruinase la reputación de su familia. Eso le obsesionaría durante toda su vida.
Publicó Self: un estudio en Endocrinología y Ética, un libro acerca de lo que ahora se llama la transexualidad, aunque ese término no se había acuñado todavía. El libro fue la causa de que conociese a Roberta Cowel, el primer hombre dispuesto a someterse a cirugía para ser mujer. Tras operarla él mismo a fin de extirparle los testículos, algo prohibido por las leyes, la remitió al doctor Gilles, que completó el proceso.
Eran los dos únicos transexuales operados de Inglaterra y vivieron un romance extraño. Tras un año de relación, Dillon le pidió matrimonio a Roberta, convencido de que era la única persona en el mundo capaz de entenderle. Ella no sólo rechazo la propuesta, sino que le anunció que pensaba publicar su historia. Dillon huyó en un barco y se pasó varios meses navegando. Nunca volvería a pisar su país.
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