Con estudios en Oxford y alma egipcia, este diplomático fue un legendario explorador. Fue ducho en el arte de batirse con el florete y formó parte del equipo egipcio de esgrima en los Juegos Olímpicos de Amberes, Bélgica en 1920. Y una década más tarde quiso establecer la primera línea aérea directa Londres-El Cairo, sin éxito, después de tres vuelos funestos.
El Bey se cruzó con una bella británica, Rosita Forbes. Su ansia de aventura, romance con el Bey incluido, llevó al fracaso la primera expedición del explorador, la definió como una mujer “con poca habilidad para leer una brújula”. Madame Forbes alteró las incidencias del viaje en un libro, El secreto del Sáhara: Kufara (1921). Se autorretrató como “la fuerza motriz” de la expedición y relegó a Hassanein Bey a un segundo plano. El resentimiento era mutuo.
Ahmed sintió el desamparo antes de alcanzar el oasis de Kufra en el invierno de 1921. Se juró que si salía con vida no volvería a pisar tan despiadado lugar. Dos años más tarde emprendió, sin embargo, otro viaje por el Gran Mar de Arena. Una árida extensión del Sáhara, desde el noroeste de Egipto hasta sus fronteras con Libia y Sudán.
Los Oasis perdidos (The lost oases, 1925) es el libro de memorias en las que el propio Hassanein narró cómo descubrió los oasis de Arkenu y Uweinat en 1923. Después de 2.200 millas y ocho meses de dura travesía que subrayó con asfixiantes descripciones como éstas:
Las rachas llegaban de tres en tres o de cuatro en cuatro. Entre cada oleada había un momento de respiro en el que todo se quedaba en calma. Hasta que el viento volvía de nuevo con más fuerza. Entonces era preciso apartar la cara y hacer de la kufiyya una pantalla sujeta con las dos manos. Sólo así se podía respirar. La arena lo ocupa todo, lo invade todo. Llena la ropa, la comida, los pertrechos; la arena se percibe, se respira, se come, se bebe, se odia.
Esos caminos de arena y sed condujeron a Hassanein a un gran hallazgo en unas rocas del monte Uweinat, razón por la que después pasaría a la historia. Unas pinturas rupestres con leones, jirafas y gacelas que evidenciaban la existencia de una civilización prehistórica en medio del desierto. Ante tal logro, Hassanein se convirtió en héroe nacional. El rey Fuad I le nombró asesor y le confirió el título honorífico de Bey. National Geographic publicó en septiembre de 1924 un artículo suyo, con ilustraciones y fotografías, sobre la naturaleza geográfica y geológica de sus viajes.
Se casó en 1926 con Loutfia Yusri, hija de la riquísima princesa Shivakiar (divorciada del Rey Fuad) y de Saifullah Yusri Pasha, primer embajador egipcio en Washington. La pareja tuvo cuatro hijos, dos chicos y dos chicas, pero la historia acabó en divorcio. El Bey era una persona influyente y nunca se alejó del círculo monárquico. A la muerte del rey Fuad ascendió a Pasha y se encargó de la educación del príncipe Faruk, quien accedió al trono con 16 años. Y en 1943 se unió, en segundas nupcias y en secreto, con la reina Nazli Sabri, la viuda de Fuad.
La muerte le sobrevino a los 56 años. Lejos del desierto. El martes 19 de febrero de 1946, Ahmed Pasha fue atropellado por un vehículo militar británico en Qasr al-Nil. Fue enterrado en el cementerio St Salah Salem en un mausoleo construido por el internacionalmente famoso arquitecto Hassan Fathy (el célebre arquitecto de los pobres) que era cuñado de Ahmed por el matrimonio con su hermana Aziza Hassanein.
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