En la Sudáfrica racista del apartheid, donde se establecían diferencias en el sistema jurídico en función del color de la piel, fue Christian Barnard -sudafricano blanco- quien en 1967 recibió todos los honores por llevar a cabo el primer trasplante de un corazón humano. Pero fue también Naki quien aquella noche hizo posible lo que durante siglos había supuesto un reto imposible para la medicina. Él fue quien retiró el órgano del corazón de la donadora, para ser transplantado en el pecho de Louis Washkanky en 1967, en Ciudad del Cabo, África del Sur, en la primera operación de transplante cardíaco humano, con éxito.
Los médicos que observaron el trabajo de Naki solían describir cómo lograba suturar diminutos vasos sanguíneos con sorprendente delicadeza y precisión, y completar en silencio operaciones que los estudiantes de medicina comenzaban. Naki solía recordar con cariño cómo los estudiantes de medicina, a los que enseñó por más de cuatro décadas, le pedían consejo. “Es por eso que me llamaban el padre cirujano”, dijo en una ocasión.
Uno de los personajes más extraordinarios en la historia de la medicina, alguien cuya esencia sin duda está a la diestra de la de Hipócrates en algún templo del Olimpo, Hamilton Naki, murió el 29 de mayo de 2005, a los 78 años. Hasta sus últimos días, uno de los mayores cirujanos del siglo, sobrevivió con una modesta pensión de jardinero en vista de que su trabajo especializado nunca había sido revelado. Cuentan que durante su jubilación arregló un autobús para convertirlo en una clínica móvil.
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